Había pasado un mes.
Y aún así, Leandro y Tomás no lograban adaptarse a una vida sin mí.
Leandro intentaba preparar su propio café, pero ningún sabor se parecía al mío. El amargor persistente lo frustraba cada mañana.
Tomás no iba mejor.
Sus clases eran un desastre, su entrenamiento un caos. Nada salía bien.
—Quedé en tercer lugar, papá —dijo con un suspiro después del torneo de combate—. Si mamá estuviera aquí, seguro habría ganado el primero.
Leandro no respondió. No tenía paciencia ni para consolar.
Los miembros de la Manada Sierra del Lobo seguían buscándome día y noche, pero sin éxito.
Porque la Manada Cumbre del Trueno no era cualquier territorio: era la más poderosa del Consejo del Norte, y sabía proteger la privacidad de cada uno de sus docentes.
***
Ese día, Leandro y Tomás asistieron juntos a la ceremonia de premiación del torneo, celebrada en el estadio principal de la Cumbre del Trueno.
Todo transcurrió en silencio.
Hasta que Tomás, al levantarse, percibió algo.
Un aroma fa