—¿Qué era eso? —preguntó Leandro de pronto, mirando fijamente la pantalla donde se veía claramente cómo Renata salía de su oficina con los ojos enrojecidos, dejando caer un documento en el bote de basura.
El asistente, que solo había traído los videos por solicitud rutinaria, se quedó paralizado. El lobo de Leandro ya mostraba signos de impaciencia: ojos rojizos, mandíbula tensa, uñas afiladas bajo la piel.
—Creo… creo que era algo del hospital. Llevaba el logotipo del hospital de la manada.
Leandro se quedó helado.
Un informe médico.
Una prueba de embarazo.
La “sorpresa” de la que Renata le había hablado.
—¡Maldita sea! ¡MALDITA SEA!
Su puño golpeó la mesa con tal fuerza que una grieta se abrió en la madera. Su pecho subía y bajaba como si el aire le faltara.
El video siguió corriendo.
Isabella aparecía en escena, saliendo de la oficina.
Y entonces… lo vio.
Ella también había visto el informe.
Lo sacó del bote, lo leyó por un segundo, luego se lo llevó consigo.
El estómago de Leandro