En medio del mareo y el dolor, entre sombras y luces, vi a Tomás y Leandro acercarse.—¡Ay, por favor! ¡No puedo ver tanta sangre! —gritó Isabella con un chillido agudo, y, en un espectáculo dramático, puso los ojos en blanco y se desmayó, cayendo en seco sobre el suelo.Leandro vaciló por un instante, luego giró hacia Isabella y la tomó en brazos con apuro.Tomás también corrió tras ellos, más preocupado por la escena de Isabella que por su propia madre.El frío me invadió desde el pecho hasta los dedos. Cerré los ojos.***Desperté en el hospital. A mi lado, no había familia. No estaba Leandro, ni Tomás, solo el coordinador del colegio de la Manada Cumbre del Trueno. —Señorita Valdés… lo siento mucho —dijo con voz contenida, claramente incómodo.—Perdí al bebé, ¿cierto?Mi voz era tan tranquila que asustaba. Mi cuerpo, aún débil, parecía recobrar fuerzas lentamente. Mi loba trabajaba en silencio, curando los tejidos desde dentro.«Quizá», pensé, «esto es… una liberación».
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