Capítulo 02
A la mañana siguiente, tiré de mi maleta y me fui de la casa de Leandro sin mirar atrás.

En la sala de espera del aeropuerto, abrí el celular para matar el tiempo y me topé con una publicación de Isabella.

Una foto brillante tomada en el parque de diversiones: Leandro la abrazaba por los hombros, mientras Tomás le agarraba la mano con entusiasmo.

El pie de foto decía: «Siempre hay alguien que se alegra de tu llegada.»

Tomás sonreía con la boca llena de dulces baratos, sosteniendo una montaña de chatarra que yo jamás le habría permitido comer.

Recordé lo que me habían advertido los curanderos durante mi primer embarazo. No estaba hecha para gestar. Mi cuerpo no soportaba bien el desgaste; durante el embarazo, me volvía débil, vulnerable, propensa a complicaciones.

Pero yo amaba tanto a Leandro… soñaba con tener un hijo suyo.

El parto fue lo que todos esperaban: complicado, doloroso, casi mortal. Leandro, por supuesto, no estaba allí. Mientras yo luchaba sola en el quirófano, Tomás vino al mundo.

Desde entonces, me obsesioné con su salud.

Controlaba cada bocado que comía, equilibraba sus nutrientes, vigilaba sus horarios, lo entrenaba con disciplina.

Todo para compensar mi debilidad.

Pero todo eso nunca fue suficiente. Isabella le compraba un helado y ya ganaba su sonrisa.

Muy bien.

Si ellos ya se comportan como una familia... no sería yo quien estorbara.

Tomé el teléfono y marqué un número al que no llamaba desde hacía años.

—¿La vacante en el colegio privado de la Manada Cumbre del Trueno sigue disponible? Porque creo que ya estoy lista para dejar atrás la Manada Sierra del Lobo.

***

En la casa de Leandro, la niñera limpiaba el cuarto de huéspedes cuando encontró un sobre encima de la cómoda.

Lo abrió por costumbre y se quedó helada.

Era una solicitud formal para disolver el vínculo de apareamiento ante el Consejo de la Manada.

Yo ya no quería discutir con Leandro. Ese papel era mi despedida.

La niñera, nerviosa, corrió a buscarlo y lo encontró empacando cosas junto a Tomás.

—Se acabaron tus vacaciones, Tomás. Es hora de volver al colegio —dijo Leandro mientras le ayudaba a cerrar su mochila.

Tomás frunció el ceño y se tiró al suelo con los ojos vidriosos.

—¡No quiero volver! ¡Allá está esa mamá fastidiosa! ¡Con Isabella es mejor!

Leandro lo alzó con paciencia.

—¿Y quién dijo que Isabella no irá con nosotros?

Tomás se secó las lágrimas de golpe.

—¿De verdad? ¿Lo prometes, papá?

—Si tú quieres... muy pronto será tu mamá —sonrió Leandro por primera vez en días.

Tomás lo abrazó con fuerza.

—¡Quiero que Isabella sea mi mamá! ¡De verdad!

La niñera, aún atónita, se acercó con el sobre entre las manos y murmuró:

—Señor… esto lo dejó la señora Valdés… ella...

—¿Renata vino? —su voz se endureció.

La niñera tragó saliva.

—Llegó ayer por la tarde, se fue esta mañana. Estaba... diferente. Dejó esto en su habitación.

Leandro no dijo una palabra. No preguntó, no tocó el sobre. Simplemente giró sobre sus talones y se fue con Tomás.

La niñera se quedó en silencio y guardó el sobre dentro de una de las maletas. Era evidente que el nombre de Renata ya le fastidiaba.

Pero a mí, lejos de allí, ya no me importaba.

Si Leandro firmaba o no, no cambiaría mi decisión. Yo ya me había marchado.

De vuelta en la Manada Sierra del Lobo, empaqué el resto de mis cosas y transferí a mi cuenta todo el dinero que Leandro me enviaba mensualmente.

Dinero que nunca había querido tocar, pero que ahora reclamaba sin culpa.

Mi currículum ya estaba en manos de la academia más prestigiosa de la Manada Cumbre del Trueno. También tenía cita para una cirugía que pondría fin a mi segundo embarazo.

Por primera vez, sentí que me estaba desconectando de todo.

No regresé a mi casa.

Desde que Isabella había regresado, ya no me pertenecía.

***

Isabella, la hija ilegítima que mi padre, Don Ramón Valdés, había tenido con su secretaria, llegó a nuestras vidas como una sombra.

Papá la trajo un día diciendo que debía ser reconocida como heredera oficial de la manada. Mi madre no soportó la traición, cayó enferma, y murió un año después.

Desde entonces, todo había sido para Isabella: los entrenamientos, los privilegios, los rituales. Incluso, cuando descubrieron que Leandro y yo éramos compañeros destinados, no dudaron en seguir empujándola hacia él.

Solo cuando Isabella aceptó un vínculo con un alfa más poderoso de otra manada, se detuvieron las presiones.

Esa misma noche, Leandro se emborrachó. Y, en su confusión, me busco. Me poseyó llamándola a ella, y esa noche Tomás fue concebido.

«Todo esto fue un error», dijo mi loba interior con voz seca.

Y esta vez, no la contradije.

Dentro de pocos días, todo sería corregido.

Esa noche me alojé en un hotel.

Leandro y Tomás también regresaron a la Manada Sierra del Lobo.

La casa parecía más vacía que nunca, pero ninguno lo notó. Ninguno se dio cuenta de que faltaba algo.

O, mejor dicho, alguien.

Estaban demasiado ocupados planeando el cumpleaños de Isabella, el cual sería en dos días.

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