Capítulo 53. Una mujer de fuego.
Medellín tenía un aire distinto en la madrugada, una mezcla de humedad y pólvora contenida, de silencio quebrado por motores lejanos y murmullos en las esquinas. Iván Guerrero llevaba dos semanas oculto en un apartamento sobre las laderas de Belén, lejos de los ojos que lo querían muerto y de los que aún no entendían si era un aliado o un traidor. Desde la ventana podía ver las luces titilando en los barrios de arriba, como si el peligro estuviera iluminado.
Encendió un cigarro, algo que había jurado no volver a hacer, pero el humo le ayudaba a ordenar los recuerdos.
Emilia.
Siempre volvía a ella. A su voz quebrada cuando le dijo que no confiaba en nadie, al olor de su piel después de aquella noche en que el mundo se detuvo y solo existían sus cuerpos sudados sobre las sábanas. Había amado antes, o eso creía, pero nunca así. Emilia era distinta: no una mujer perfecta, sino una herida abierta que ardía con dignidad.
Se sentó en la mesa, frente a la laptop protegida por un sistema de en