El salón principal de Castaño Ltda. se llenó desde temprano. La prensa, convocada con apenas una hora de antelación, ocupaba las filas laterales. Las cámaras grababan en vivo. El público no sabía exactamente qué iba a pasar, pero había rumores. Y cuando hay rumores en torno a Emilia Rivas de Castaño, el país entero contiene la respiración.

Vestía de negro absoluto. El cabello recogido con precisión quirúrgica. Nada de adornos. Solo un par de aretes mínimos y una carpeta de cuero entre sus manos.

—Gracias por venir —dijo, cuando tomó el micrófono en la tarima central, delante del mural de vidrio donde se reflejaba toda la ciudad—. Lo que voy a decir hoy no es fácil. Pero es necesario.

A su derecha estaba Antonia, firme como un mástil. A su izquierda, el nuevo abogado de la empresa, un joven curtido en batallas judiciales contra empresas corruptas. Detrás, varias caras del directorio. Algunas tensas. Otras, cínicas. Un par, visiblemente incómodas.

—Castaño Ltda. ha estado en el centro d