Capítulo 36. Las esposas del poder.
Eloísa Restrepo de Castaño no había llegado tan lejos por azar. Sabía cuándo hablar, cuándo guardar silencio y, sobre todo, cuándo actuar con manos ajenas. Esa mañana, mientras bebía su café con leche de avena en la terraza de la mansión, el sol atravesaba los vitrales con una calidez falsa. Porque nada, absolutamente nada, estaba tranquilo.
Llevaba un vestido de lino beige, joyas discretas pero costosas, y una carpeta entre las manos que no dejaba de revisar. El mundo político se tambaleaba, y Emilia se estaba volviendo una molestia mayor de lo que había anticipado. El juego había dejado de ser doméstico: ahora estaba en todos los titulares.
Un suave timbre la sacó de sus pensamientos. Era la señal convenida. Las otras esposas habían llegado.
Una a una, las mujeres ingresaron por el acceso lateral de la casa, sin escoltas, sin formalidades, como si fueran viejas amigas que venían a tomar té. Pero no había té. Solo una habitación insonorizada, detrás del salón principal, diseñada orig