Capítulo 37. La caza.
La luz del mediodía caía a plomo sobre la ciudad, pero Emilia sentía frío. No un frío físico, sino esa punzada invisible que se instala en la nuca cuando una presencia indeseada se vuelve constante. Lo había empezado a notar hacía tres días: el mismo carro estacionado frente a su casa durante horas, la sensación de ojos en la espalda cuando salía del supermercado, un zumbido apenas perceptible en las llamadas telefónicas.
Esa mañana, al detenerse frente al semáforo de la avenida 12 con calle 7, no pudo evitar mirar por el retrovisor. Un sedán negro. Otra vez. El mismo que había visto la noche anterior cerca del gimnasio.
Marcó a Iván.
—¿Dónde estás? —preguntó él, apenas respondió.
—En el semáforo de la 12. Me están siguiendo.
—¿Estás segura?
—No es paranoia, Iván. Es ese mismo carro. No se me despega desde hace días.
—Vuelve a casa. Ya voy para allá.
Colgó sin esperar más. El sudor le bajaba por la espalda, pero su rostro seguía impasible. Estaba aprendiendo a no mostrar miedo. Aunque