Capítulo 10. Fuego cruzado.
Las paredes grises del centro de reclusión femenina olían a humedad, lejía y resignación. Emilia las recorrió sin titubear. No llevaba maquillaje, ni ropa llamativa. Jeans, chaqueta de cuero, botas negras. Nada que pudiera delatar lo que llevaba por dentro: rabia contenida, miedo en forma de cuchilla y un nuevo vértigo que se parecía demasiado al poder.
Clarabella estaba al otro lado del vidrio de seguridad. Pelo recogido a la fuerza, sin aretes, con un uniforme beige que le quitaba toda coquetería. Pero no había perdido la lengua ni la arrogancia.
—¿Viniste a ver si lloro? —preguntó con una sonrisa burlona.
—Vine a escuchar cómo caes —dijo Emilia, sentándose frente a ella.
Clarabella soltó una risita seca.
—¿Tú crees que esto comenzó con Mauro? ¿Crees que él era el dueño de todo? Por Dios, niña… Mauro era una ficha. Un capricho bien vestido. Las verdaderas decisiones se tomaban por encima de él. Muy por encima.
—¿Y tú trabajabas para quién? ¿Esteban?
—Esteban es un imbécil manipulabl