El camino desde la Plaza Mayor hasta el apartamento de Víctor en Chamberí era una caminata tranquila bajo el cielo nocturno.
Darcy iba adelante, saltando entre las líneas de las aceras con su conejo de peluche gris colgando de una mano, mientras Ariadna caminaba a su lado, la bufanda gris rozándole la barbilla. Las dos charlaban cómodamente, sus voces llenando el aire fresco con una mezcla de risas y preguntas infantiles.
—¿Tú crees que las luces son mágicas de verdad? —preguntó Darcy, girándose hacia Ariadna con los ojos brillantes—. ¡Señor Gris dice que sí!
Ariadna rio, ajustando los lentes sobre su nariz mientras miraba a la niña.
—Podría ser —respondió, su tono juguetón—. Quizás tienen un hechizo que hace que todos sonrían más en Navidad.
Darcy asintió, satisfecha, y saltó sobre un charco, salpicando gotas que brillaron bajo una farola.
—¡Entonces voy a pedir más luces para mi cuarto! —dijo, y luego señaló a Ariadna—. ¿Tú tienes luces mágicas en tu casa?
—No tantas como aquí —resp