Ya había pasada la medianoche tras la cena en La Casa del Olivo, y el apartamento de Víctor estaba en calma. Al otro lado de la línea, la voz de su madre, Camila, vibraba con una emoción que no podía contener.
—¡Ay, Ari, me tienes el corazón en la boca! —dijo Camila, su tono subiendo con cada palabra mientras Ariadna le contaba sobre la cena, el vestido verde de Darcy, el cochinillo crujiente y las miradas que había compartido con Víctor bajo las velas—. ¡Se escucha que estás brillando, hija!
Ariadna sonrió, ajustando los lentes sobre su nariz mientras miraba su reflejo en el espejo, el cabello corto despeinado y las mejillas aún sonrojadas por el vino y el calor de la noche.
—Lo estoy, mamá —respondió, la voz temblándole un poco—. No sé cómo explicarlo. Es como si… no sé, como si todo esto fuera un sueño del que no quiero despertar.
—¿Y cómo no vas a estarlo? —preguntó—. Víctor, Darcy, esa cena… Veo que mi niña está siendo feliz otra vez. Dime, ¿te sientes bien después de todo lo que