El sol de media mañana caía pesado sobre los campos que rodeaban la casa de campo, un calor pegajoso que se metía bajo mi piel mientras caminaba por el sendero de grava. Los árboles susurraban con la brisa, pero no había paz en mí. Leonardo se había ido hacía una hora, murmurando algo sobre comprar provisiones, sin dar detalles. No me importó. Necesitaba estar sola, alejarme de él, de su intensidad, de esa maldita forma en que me hacía sentir atrapada y deseada al mismo tiempo. Mis pasos crujían sobre las piedras, mi mente dando vueltas a todo, su mundo iba muy deprisa, contrario al mío. Solo quería unas vacaciones en Madrid… y ahora estaba aquí, pasando mis últimos días con él.
Regresé a la casa, el aire fresco del interior golpeándome como un alivio momentáneo. La sala estaba silenciosa, los muebles de madera pulida y los ventanales abiertos dejando entrar el canto de los pájaros; y entré al dormitorio. Mi teléfono estaba en la mesa de noche, olvidado desde anoche. Lo tomé, y el cor