Me desperté esa mañana con un nudo en el estómago que no era solo por las náuseas matutinas, que habían empezado a aparecer como muestra constante de lo que crecía dentro de mí. La luz del sol se filtraba por las cortinas del ático, tiñendo la habitación de un dorado suave que hacía que todo pareciera un sueño. Pero no lo era. Habían pasado tres semanas desde esa ecografía que nos había cambiado la vida, tres semanas de chequeos semanales, de Leonardo tocando mi vientre como si pudiera comunicarse ya con el bebé, de noches en las que me despertaba con su mano protectora sobre mí y una sonrisa que me hacía olvidar el mundo exterior. Hoy era la segunda cita médica oficial, la que la doctora López había marcado como "importante" para medir el progreso. Me incorporé en la cama, frotándome los ojos, y busqué a Leonardo a mi lado. Su lado estaba vacío, las sábanas frías.
Un post-it en la mesita de noche: "Reunión en Nueva York desde las 6 AM. Jet sale ya. Te amo. Vuelve a casa sana. —L". Su