Esa noche, el sueño me evadió como un ladrón sigiloso, dejando solo el eco de las palabras de Camila resonando en mi cabeza: "Gemelos". Dos bebés. Dos vidas diminutas latiendo dentro de ella, un milagro que multiplicaba la alegría y el terror en proporciones que no podía procesar.
Me tumbé en la cama a su lado, el ático envuelto en la quietud de la medianoche, pero mi mente era un torbellino. Me giré de lado, mirando su silueta bajo las sábanas, su pecho subiendo y bajando con una respiración serena que yo envidiaba. Toqué su hombro con la yema de los dedos, suave, como si temiera despertarla y romper el hechizo. Pero no podía quedarme quieto. Me senté en el borde del colchón, los pies en el suelo frío, y me pasé las manos por el cabello, el corazón latiéndome con una fuerza que rivalizaba con esos dos latidos que no había oído.
Gemelos. La palabra se repetía, un mantra que me llenaba de euforia y pánico a partes iguales. Yo, que había creído mi legado truncado por esa maldita oligosp