Me encontraba en la sala de espera de la clínica privada en la calle Serrano, esa misma donde todo había empezado meses atrás.
Habían pasado solo unos días desde que Camila se había mudado al ático, y aunque nuestras noches juntos habían sido intensas, memorables, necesitaba confirmar que mi condición no había empeorado. El diagnóstico inicial de oligospermia severa me había golpeado como un mazazo, y ahora, con el acuerdo en marcha, no podía permitirme dudas. Richard me había insistido en que me hiciera un chequeo de rutina, "por si acaso", pero yo sabía que era más que eso. El tiempo jugaba en mi contra, y cada día que pasaba sin un heredero era un riesgo para mi legado.
La enfermera me llamó por mi nombre, y entré en la consulta del doctor Ruiz. Me senté frente a su escritorio, y él revisó mi historial en la pantalla antes de hablar.
—Señor Valdés, bienvenido de nuevo. Vamos a repetir los chequeos para ver si hay cambios. Procedamos con el análisis de sangre y el espermograma, como