Me había quedado dormida de nuevo y no era para menos, con todo lo que sucedió mi cuerpo quedó exhausto y me rendí al sueño.
Pero ya estaba despierta, olía mucho a café.
Me estiro, sonriendo sin querer, y lo veo en la puerta del dormitorio, con una bandeja de desayuno. Lleva solo unos pantalones de pijama, el torso desnudo mostrando cada músculo que exploré en la oscuridad.
—Buenos días, Cherry —dice, con esa voz grave que me eriza la piel. Deja la bandeja en la cama: cruasanes, zumo de naranja, café humeante—. Pensé que necesitarías energía después de todo.
—Qué considerado —respondo, sentándome y cubriéndome con la sábana. Tomo una taza de café, y el sabor amargo me despierta del todo—. ¿Siempre tratas así a tus… invitadas?
—Solo a las que me hacen olvidar el mundo —dice, sentándose a mi lado. Su mano roza mi pierna, y aunque es un gesto casual, mi cuerpo reacciona al instante.
Desayunamos en un silencio cómodo, con el sol entrando por los ventanales, pintando Madrid de dorado. Habl