La habitación blanca
El silencio era espeso como la nieve recién caída. En aquella habitación blanca, iluminada por una luz estéril y constante, el zumbido de los monitores parecía una respiración artificial. Afuera, el viento ártico golpeaba las ventanas con ráfagas violentas, como si quisiera entrar y arrastrarlo todo.
Logan Belmont se despertó de golpe.
Su cuerpo se tensó, los músculos protestaron, y por un momento el pánico lo invadió. Se sentó con dificultad, jadeando, los ojos recorriendo el cuarto sin comprender. Paredes blancas. Ningún rostro familiar. Solo frío, silencio... y ausencia.
Llevó una mano al pecho, como buscando estabilidad. El vendaje bajo la bata médica le recordaba la explosión en Berlín. A su costado, un monitor parpadeaba con su nombre: “Logan Belmont – Estable”.
—¿Dónde…? —murmuró con la voz pastosa, arrastrando la palabra como si doliera.
En la mesita metálica junto a la cama, un teléfono seguro vibró una vez, como si hubiera esperado justo ese instante par