Brooklyn
Es mediodía y el bar del hotel está sorprendentemente lleno.
Estoy detrás del mostrador, limpiando vasos y tratando de seguir el ritmo del constante flujo de pedidos. Stella no trabaja hoy, y estoy con Rachel, que está tan fría como siempre.
No dice mucho, solo se queda ahí, moviendo botellas de un lado a otro, actuando como si fuera demasiado buena para entablar una conversación.
Es difícil trabajar con alguien que se niega a comunicarse. Detrás de una barra, el espacio es limitado, y necesitamos coordinarnos.
Pero cada vez que le hago una pregunta o comento algo, es como hablar con una pared.
Intento concentrarme en los clientes, pero la tensión empieza a afectarme. La actitud glacial de Rachel hace que todo se sienta más incómodo de lo necesario. Siento que una ola de náuseas me invade, una sensación familiar que he estado intentando ignorar desde hace un tiempo.
Genial, probablemente me esté enfermando.
Rápidamente me disculpo, sin querer armar un escándalo delante de los