Logan se quedó inmóvil en el umbral, el pecho oprimido, los ojos brillando con un dolor que no podía expresar. No se atrevió a acercarse, temiendo que su presencia rompiera el frágil refugio que Sophie había encontrado en el sueño. Con el alma desgarrada, volvió sobre sus pasos, cerró la puerta con un cuidado infinito y regresó al dormitorio principal. Se dejó caer en el borde de la cama, la cabeza hundida entre las manos, los dedos apretando su cabello como si pudieran contener el torbellino que lo consumía.
La memoria no pidió permiso. Se coló como un torrente, arrastrándolo a un recuerdo tan vívido que le robó el aliento, un eco de un tiempo que ahora parecía inalcanzable.
Fue aquella noche, la última en que Sophie lo había amado sin reservas, la última antes de que el infierno los alcanzara. Había llovido a cántaros, el cielo desatándose en una furia que tamborileaba contra las ventanas como una sinfonía salvaje. Sophie entró en la biblioteca, empapada, con un vestido azul que se a