Juliana estaba fuera de sí, un huracán de furia y ambición que arrasaba todo a su paso. El escándalo había desatado una tormenta, sí, pero no la rendición que ella anhelaba. Logan, con su porte gallardo y su voluntad de acero, se negaba a doblegarse ante sus demandas. Sophie Taylor, con el alma herida pero aferrada a su amor y su familia, no se apartaba de su lado. Y eso, para Juliana, era una afrenta que encendía su ira hasta el punto de la obsesión. Cuando Juliana se enfurecía, no había límites, solo un deseo ardiente de destruir lo que se interponía en su camino.
En su ático, rodeada de espejos que reflejaban su belleza fría y calculadora, Juliana tejía su venganza con la precisión de una araña. Contactó a periodistas hambrientos de titulares, pagó columnas en tabloides de dudosa reputación, filtró rumores venenosos que se esparcían como fuego en un campo seco. Sus palabras eran dardos envenenados, diseñados para desgarrar la imagen de Sophie Taylor: “Sophie Taylor padece de inestab