Detrás de toda máscara hay un rostro, y tras ese rostro, otro misterio
Oscar Wilde
La mañana en Belmont Enterprises se movía con su habitual ritmo afilado. Secretarias entrando y saliendo con carpetas, llamadas cruzadas, decisiones millonarias filtrándose entre sorbos de café. Pero Logan estaba ahí… solo en apariencia.
Sentado frente a su escritorio, los codos sobre la superficie pulida, la mirada perdida en la ciudad más allá del ventanal, se sentía como un extraño dentro de su propio cuerpo. Había llegado al edificio como un autómata, saludado con la cortesía básica, dado instrucciones sin escuchar las respuestas.
No entendía qué había ocurrido.
Intentaba reconstruir la noche como un rompecabezas. Las imágenes venían a cuentagotas: el salón privado, la botella de vino que Juliana insistió en abrir, su risa aguda… luego, un vacío. Una neblina espesa que borraba todo. No sabía si se había desmayado. No sabía si había dormido, si había dicho algo indebido. Solo recordaba la copa, la tex