La falsa amistad
El aire en la oficina de Sophie en Evans Studio era espeso, cargado de una tensión que no necesitaba palabras para sentirse. El reloj en la pared marcaba las 10:47, pero el tiempo parecía detenido.
Claudia había entrado sin previo aviso. Su figura, envuelta en un atuendo gris sin forma, contrastaba brutalmente con la imagen elegante y venenosa que Sophie recordaba. Sin maquillaje, con el rostro pálido y el cabello recogido en un moño austero, parecía una mujer transformada... o una actriz bien entrenada.
Sophie no sonrió. No se levantó. Solo la miró, con el cuerpo erguido en su silla de cuero blanco y los ojos afilados como bisturís.
—Sarah, ven aquí ahora, por favor —dijo al intercomunicador, su voz firme, controlada como el pulso de una francotiradora.
La secretaria apareció casi al instante. Llevaba un bloc de notas en la mano, pero bastó una mirada para entender que no era una reunión normal.
—Llévate a los niños a la sala de juntas —ordenó Sophie sin apartar los o