Ecos del pasado
La luz matinal entraba oblicua a través de los ventanales de la oficina de Logan Belmont, tiñendo la madera oscura y el cristal con reflejos dorados que no lograban calentar la frialdad que se respiraba en el aire. El silencio era denso, envolvente, solo interrumpido por el leve rasgueo de un lápiz que se movía sin dirección sobre un bloc de notas.
No dibujaba ideas. Dibujaba el peso de un recuerdo.
En su mente no había espacio para proyecciones ni contratos. Solo una imagen que regresaba sin permiso, con la nitidez cruel de lo que nunca se olvida.
Tenían dieciocho años.
Una fiesta universitaria en verano. Música demasiado alta. Risas atropelladas. Copas rebosantes. Y ella… Isabel.
Una chica de sonrisa tímida, ojos dulces, y una risa que se le quedó tatuada en la memoria. Ella se le acercó entre la multitud, con una copa de vino y una mirada que buscaba algo más que compañía.
Y durante ese verano intenso, desordenado, casi irreal… fue suya.
Pero también fue de otro.
Ma