Capítulo sesenta y nueve. La deuda del guardián.
El ferry que unía el puerto de El Pireo con las islas avanzaba bajo un cielo gris.
Lysandros observaba el horizonte desde la cubierta, con la chaqueta cerrada hasta el cuello y la mirada perdida en el mar.
El aire olía a sal y despedida.
En el bolsillo interno llevaba un sobre sellado.
Dentro, los documentos que había copiado del servidor de Andreas Konstantinos la noche anterior.
Y junto a ellos, una fotografía vieja: tres hombres sonrientes, en una base militar de Creta, veinte años atrás.
Uno de ellos era Andreas.
Otro, su padre.
El tercero… él.
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—¿Por qué lo hiciste, Lysandros? —le habría preguntado Andreas, de haberlo tenido frente a él.
Y Lysandros, quizá, habría respondido: porque te lo debía.
Pero la verdad era más amarga que cualquier deuda.
Recordaba aquella noche en Alepo, años atrás.