Capítulo sesenta y tres. Las sombras de Atenas
El amanecer llegó teñido de gris.
Desde la terraza de la villa, Ariadna veía el horizonte nublarse sobre el mar Egeo, pero lo que la inquietaba no era el clima, sino el silencio.
Andreas no había dormido.
Ni una sola hora.
Desde que regresaron del puerto, no había dejado de recibir llamadas, enviar mensajes cifrados y hablar con un tono que ella no le había escuchado desde hacía mucho.
El tono del hombre que alguna vez fue temido en los círculos empresariales y en los callejones de El Pireo.
El hombre que había prometido no volver a ese lado oscuro.
Y sin embargo, ahí estaba de nuevo.
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—¿Con quién hablabas? —preguntó Ariadna cuando lo vio colgar su teléfono satelital.
Andreas giró, todavía con el ceño fruncido.
—Con Kostas. Drakon sobrevivió. Está escondido en Atenas, bajo protec