Capítulo sesenta y dos. La fragilidad del silencio
El viento del mar soplaba con fuerza esa tarde.
Las olas rompían contra las rocas de Vouliagmeni, salpicando la barandilla de la terraza.
Ariadna observaba el horizonte, intentando ignorar el vacío que sentía desde que Andreas había empezado a distanciarse.
Ya no era solo su silencio, ni sus ausencias repentinas, ni las llamadas que respondía a escondidas.
Era algo más profundo.
Algo que se reflejaba en su mirada cada vez que creía que ella no lo miraba.
Esa mezcla de rabia contenida y miedo.
Helios dormía dentro, ajeno a todo.
Ariadna deseó poder cerrar los ojos y fingir que todo estaba bien.
Pero el instinto la traicionaba.
El mismo que la había salvado tantas veces, el que le decía cuando alguien mentía, cuando algo iba a romperse.
Andreas estaba ocultando algo.
Y esta vez, no tenía intención de decírselo.
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