Capítulo sesenta y cuatro. El regreso del titán.
El amanecer sobre Atenas no trajo luz, sino un presagio.
El cielo estaba gris, el aire denso, y la ciudad se despertaba con ese rumor inquieto que anuncia tormentas invisibles.
En su despacho de cristal, en lo alto del edificio Konstantinos, Andreas observaba la ciudad con el rostro tallado en piedra.
Había pasado la noche sin dormir.
La carta de su padre, los documentos de Drakon, la traición del senador Mitropoulos… todo ardía en su mente como brasas.
El pasado había vuelto, pero él no era el mismo hombre que antes.
Esta vez no huiría.
Esta vez, iba a limpiar su apellido con fuego y verdad.
Ariadna entró sin tocar. Llevaba el cabello suelto, el rostro pálido, y en brazos un sobre de informes que había recibido esa mañana.
—Andreas —dijo con voz baja—. Encontré algo en las cuentas internas del grupo.
Lo extendió hacia él.
—Alguien transfirió fondos a una empresa pantalla. El mismo patrón que usaban las sociedades de Mitropoulos.
Él tom