Capítulo cincuenta y tres. Hasta que el sol vuelva a salir.
La noche en Atenas olía a humo, a peligro y a despedida.
El cielo estaba cubierto por nubes bajas, y las calles, mojadas por una lluvia reciente, reflejaban la luz mortecina de los faroles.
Ariadna conducía sin pensar, con los dedos temblorosos sobre el volante.
No sabía a dónde iba exactamente, solo seguía las coordenadas enviadas en un mensaje anónimo poco después de la llamada.
“Antiguo astillero de Piraeus. Sola. Medianoche.”
Cada palabra le quemaba en la mente.
Andreas estaba en peligro, y si había algo que había aprendido en los últimos meses, era que no podía perder tiempo dudando.
El miedo no la paralizaba; la empujaba.
Cuando llegó al lugar, el mar golpeaba con fuerza contra los muelles abandonados.
Las sombras de los contenedores y los esqueletos oxidados de barcos viejos creaban una atmósfera fantasmal.
Ariadna bajó del coche, sujetándose el vientre con una mano.
El bebé se movió, como si también sintiera la tensió