Capítulo cincuenta y dos. La calma antes de la tormenta
El sol caía suavemente sobre la costa de Santorini, tiñendo de ámbar las paredes blancas de la villa Konstantinos.
El sonido del mar llegaba hasta la terraza, donde Ariadna, con un vestido ligero color crema, acariciaba su vientre mientras observaba el horizonte.
El embarazo había avanzado sin complicaciones, aunque las últimas semanas le resultaban agotadoras.
Cada movimiento del bebé era un recordatorio constante de lo que estaba en juego, del amor que había sobrevivido a la guerra, la traición y el miedo.
A lo lejos, vio a Andreas hablando con Nikos cerca del muelle. Vestía camisa blanca arremangada, los cabellos revueltos por el viento y una expresión serena que hacía mucho no veía en él.
Había vuelto a sonreír.
A sonreír de verdad.
Cuando él notó su mirada, se acercó de inmediato, dejando atrás la conversación.
—¿Cómo se siente mi princesa hoy? —preguntó, inclinándose para besarle la frente.
—Pesada —respondió Ariadna entre