Capítulo cinco. Los Secretos del Griego
Los días siguientes fueron un torbellino de trabajo y silencio incómodo.
Ariadna evitaba quedarse a solas con Andreas siempre que podía. Organizaba reuniones con proveedores, revisaba presupuestos, hacía llamadas desde la terraza, y cada vez que lo veía entrar en la sala, un nudo se formaba en su estómago.
Él, en cambio, parecía disfrutar de la tensión. Observaba cada movimiento suyo con esos ojos grises, siempre intensos, como si supiera exactamente lo que pasaba por su cabeza.
La noche del tercer día, mientras revisaba los bocetos de iluminación en el salón principal, Helena se acercó con discreción.
—El señor Konstantinos desea hablar con usted en privado.
Ariadna tragó saliva.
—¿Ahora?
—Sí. La espera en su despacho.
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El despacho estaba en el ala m