Capítulo cuatro. La Atracción Prohibida
La mañana amaneció radiante en Miconos. El sol se filtraba por las cortinas de lino de la habitación de huéspedes, y Ariadna se levantó con una mezcla de nervios y emoción. Ese día debía presentar a Andreas el diseño final de la gala: iluminación, distribución de mesas, menú y programa.
El desayuno en la villa fue silencioso. Andreas estaba sentado en la cabecera, hojeando un periódico en griego. No necesitaba hablar para dominar la estancia: su sola presencia llenaba el aire de tensión.
Ariadna se sentó frente a él, con su carpeta cuidadosamente ordenada.
—Tengo el plan listo para mostrarle —dijo, intentando sonar segura.
Él levantó la mirada, y por un instante esos ojos grises se suavizaron… aunque enseguida volvió la expresión fría.
—Muéstremelo en el salón.
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