Capítulo tres. Choque de Mundos
El sol del mediodía bañaba la isla con un resplandor dorado. Ariadna caminaba por los pasillos luminosos de la villa Konstantinos, siguiendo a Helena, la secretaria personal del magnate. Habían pasado apenas unas horas desde su primer encuentro con Andreas y ya sentía que la vida le había cambiado para siempre.
—El señor Konstantinos desea que revise personalmente cada detalle del lugar de la gala —explicó Helena, abriendo una puerta que daba a una terraza con vistas al mar—. Será aquí, en el salón principal y los jardines exteriores.
Ariadna salió al exterior y quedó sin aliento. Frente a ella se desplegaba un espacio impresionante: columnas de mármol blanco, arcos que enmarcaban la inmensidad azul del Egeo y jardines repletos de buganvilias rosas que caían en cascadas vibrantes.
Podía imaginarlo ya: mesas iluminadas con luces cálidas, música en vivo, un desfile de invitados vestidos de gala.
—Es perfecto —susurró, mientras tomaba notas en su libreta.