Capítulo dos. El Encuentro
Ariadna se obligó a mantener la compostura, aunque el corazón le latía desbocado. Tenía frente a sí al hombre que podía salvar o arruinar su empresa con una sola palabra. Y lo peor era que no se parecía en nada a lo que había imaginado.
Sabía que Andreas Konstantinos era un magnate, dueño de flotas navieras, hoteles de lujo y media isla según había leído en los artículos que googleó antes de viajar. Pero ninguna foto había hecho justicia al impacto real de su presencia. Tenía esa clase de carisma que no necesitaba anuncios: el tipo de hombre que acaparaba un salón con solo caminar.
Él hizo un gesto hacia la mesa, donde una carpeta de cuero negro esperaba.
—Siéntese. Veamos qué tiene para mostrarme.
Ariadna obedeció, deslizando su portafolio sobre la mesa. Había trabajado sin dormir dos noches para preparar aquella presentación, con bocetos, presupuestos y ejemplos de decoraciones inspiradas en Grecia, mezcladas con un toque moderno y elegante.
Mientras habla