Capítulo veintiuno. Un mensaje del enemigo.
La segunda noche en prisión fue más dura que la primera. Ariadna apenas había dormido, entre los murmullos de las reclusas y el ruido metálico de los cerrojos. El frío se colaba por las paredes desnudas, y cada segundo parecía un recordatorio de que había caído en una trampa perfectamente tejida.
Se obligaba a mantenerse firme, recordando la promesa de Andreas. Pero algo en el ambiente esa noche era distinto.
Mientras bebía un vaso de agua del pequeño lavabo, escuchó pasos lentos acercándose por el pasillo. La guardia no era la misma de siempre. Una mujer de rostro inexpresivo se detuvo frente a su celda y sonrió con un gesto que la hizo estremecer.
—Tienes visita —dijo con un tono extraño.
Ariadna frunció el ceño.
—¿Visita? A estas horas…
Antes de que pudiera reaccionar, la puerta metálica se abrió. Dos reclusas mayores, de miradas duras y tatuajes en los brazos, entraron y cerraron tras ellas.
Ariadna retrocedió hasta el catre, sintiendo e