Capítulo quince. Sombras en el imperio.
El amanecer llegó con un resplandor dorado sobre el mar Egeo. La villa de Andreas se iluminaba lentamente mientras los primeros rayos del sol entraban por las ventanas abiertas, dejando un rastro de luz sobre las sábanas revueltas.
Ariadna despertó primero. El calor del cuerpo de Andreas aún la rodeaba, su brazo pesado descansando sobre su cintura, como si incluso dormido temiera perderla. Se quedó unos instantes observando su rostro relajado, distinto al de la noche anterior, cuando la furia y la violencia lo habían marcado.
Le acarició la mejilla con ternura y él se removió, murmurando algo en griego que ella no entendió. Era extraño verlo vulnerable, humano, después de todo lo que había enfrentado.
Se levantó en silencio y caminó hacia la terraza. El mar se extendía frente a ella, brillante y sereno, pero Ariadna sentía que la calma era engañosa. Algo dentro de ella le decía que Leonidas no había dicho su última palabra.
No se equivocaba.
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