Capítulo catorce. Confesiones bajo la tormenta.
El sonido de las sirenas todavía resonaba en el aire cuando Ariadna y Andreas subieron a la limusina que los alejaba de la escena. Afuera, la noche de Miconos parecía teñida de rojo por las luces intermitentes de los coches de policía.
Dentro del vehículo, en cambio, reinaba un silencio denso, pesado, como si cada palabra que no decían se apilara entre ellos.
Ariadna lo observaba en penumbra. Andreas tenía la ceja abierta y la camisa rasgada, pero lo que más le dolía no era verlo herido físicamente, sino la sombra que oscurecía sus ojos.
—Andreas… —su voz fue apenas un susurro.
Él giró lentamente hacia ella. Durante un instante, Ariadna sintió que no estaba viendo al hombre que la había amado con furia la noche anterior, sino a alguien roto, alguien que cargaba demasiado sobre los hombros.
—No tenías que arriesgarte así —dijo ella, tocando suavemente su rostro, limpiando con los dedos la sangre seca en su piel.
—No podía dejar que te lle