Si elegía ser la hija de Serena —una decisión completamente estúpida—, Alexander convertiría su vida en un infierno.
Pero si aceptaba ser su mujer, ¿sería más fácil… o más difícil mantener a los niños en secreto?
—¿Puedo tener unos días… para pensarlo? —preguntó Maya. Sabía que cuanto más demorara la respuesta, mejor.
—Ahora. —No había espacio para negociar.
Maya frunció el ceño. ¿Tenía que ser tan abrumador?
¿Ni siquiera un minuto para pensarlo?
Los ojos de águila de Alexander se hundieron en los suyos, tan intensos que parecían atravesarla.
—No quiero ser la hija de Serena —respondió Maya. Después de todo, desde que Serena la abandonó, su vida cambió por completo. Volver a verla había sido solo un accidente.
El agarre de Alexander en su muñeca se endureció; la aspereza de su piel hizo que Maya entrara en pánico.
—¿Intentando ser lista, mm?
—¡N-no! —Maya apartó la mirada.
Alexander sujetó su nuca, la atrajo hacia él y devoró sus labios.
—Mm… —las pestañas de Maya temblaron de miedo.