—Por favor… no entres… tía Fine…
No terminó la frase.
La puerta se abrió.
La Sra. Fine se asomó por la rendija.
—Maya, ¿no dijiste que querías salir un rato? ¿Por qué sigues aquí? —preguntó, hasta que sus ojos se posaron en Alexander.
Se quedó paralizada unos segundos y luego dijo, frunciendo el ceño—: ¿Vas a ver a un hombre?
Maya se congeló.
—Tía Fine, lo siento… no quería mentirte…
—¿No te lo dije ya? ¡Acabas de regresar al país! ¡No te apresures a empezar una relación! ¿Ya lo olvidaste?
—N-no, este hombre no es mi novio —explicó Maya rápidamente.
—Aunque no lo sea, ¡es muy tarde! No deberías andar por ahí a estas horas —reprochó—.
Cuando tu abuela murió, me pidió que cuidara de ti. ¿Qué voy a decirle si te pasa algo?
—Tía Fine… hablaremos luego —Maya estaba al borde de explotar de nervios.
—¡Solo di lo que tengas que decir y entra! —ordenó la mujer, y cerró la puerta.
Maya levantó la cabeza hacia Alexander.
—¿Feliz ahora? —escupió.
Se dio la vuelta y comenzó a bajar las escaleras c