Un camarero se acercó.
—Su comida para llevar está lista.
Maya miró el empaque elegante.
—Gracias —respondió.
—A su servicio.
Salió del restaurante con la bolsa en mano. Lo primero que hizo tras alejarse del hotel fue llamar a la Sra. Fine.
Encontró un teléfono público y marcó.
—Sra. Fine, soy yo —susurró.
—¿Maya? ¡Dios mío! ¿Dónde estabas? Te fuiste muy temprano. Había vidrio roto y sangre en tu habitación. ¿Estás bien?
—¡No tienes idea de lo que pasó anoche! ¡Ese hombre apareció en la casa! —dijo Maya con la voz temblorosa.
—¿Qué? ¿Descubrió a los niños?
—No. Rompí el vaso a propósito y me herí para que me llevara al hospital. Nos fuimos enseguida y no vio nada.
—¿Te heriste intencionalmente? ¿Fue grave?
Maya miró su brazo vendado.
—Estoy bien. Valió la pena.
La Sra. Fine guardó silencio unos segundos, sin saber qué decir.
—Entonces… ¿regreso con los niños? Están buscándote. Les dije que tenías que ir a trabajar.
—Sí. Tráelos —respondió Maya.
Colgó y miró su brazo herido. Necesitaba