Maya pidió unos cuantos platos. Alexander dejó su menú y dijo:
—Lo de siempre.
—Sí, señor —respondió el camarero antes de retirarse.
Ahora solo quedaban ellos dos en el restaurante.
El aire se volvió denso.
Alexander parecía completamente tranquilo, mirando la vista por la ventana, como si Maya no existiera.
Maya quería esconderse en algún lugar para llamar a la Sra. Fine, pero seguía atrapada dentro del territorio de Alexander.
Si alguno de los camareros informaba sobre ella, no tendría forma de explicarse.
Así que esperó.
Había una pregunta que llevaba horas atormentándola, y finalmente se atrevió:
—Sr. Brook… ¿cómo supo dónde vivía mi abuela? ¿Envió a alguien a seguirme?
Ella misma lo negó en su mente, pero necesitaba oír la respuesta de Alexander.
Él dejó de mirar por la ventana y se volvió hacia ella. Sus ojos negros, afilados, la perforaron.
—¿Qué piensas tú? —preguntó.
—No… no sé…
—No vuelvas a intentar escapar —advirtió con frialdad—. No tendrás tanta suerte si lo haces otra v