Elizabeth había leído el mensaje. En realidad, nunca había bloqueado el número de Pablo, sólo lo había eliminado… aunque se lo sabía de memoria.
Confesaba para sus adentros que su mensaje la había sorprendido, pero no del todo. Suponía que él debía estar al tanto de todo lo que estaba pasando. Lo conocía, sabía que debía estar mal por ella.
Desde que lo conocía, siempre había salido en su defensa, incluso antes de confesarle su amor.
Por eso no pudo no contestarle, aun cuando seguía enojada con él.
Pensó que, en comparación con el escandaloso comportamiento de su esposo, lo de Pablo era casi nada.
Aun así, no quería entablar una conversación extensa. No era el momento, no sería coherente hacerlo.
Había vuelto del almuerzo con Lucía y, como se sentía muy cansada, se durmió por un par de horas. Una llamada la despertó. Era Adrián.
—Hola Lizzy, ¿cómo te encuentras? —preguntó con tono amigable.
La joven sonrió.
—Pues mucho mejor… y debo reconocer que en parte fue gracias a ti.
El hom