Puede que Elizabeth hubiese intentado hacer oídos sordos, no ver o restarle importancia a lo que Federico hacía. Pero había alguien que no perdía detalle de nada: Pablo Mendoza.
Él, que había aprendido de sus errores, sentía una mezcla de dolor y satisfacción al ver cómo Federico, con sus propias manos, estaba destruyendo la imagen que Elizabeth tenía de él. Hablaba a menudo con Lucía, y aunque ella no se privaba de insultar a Federico, se mostraba reacia a hablar de cómo estaba realmente Lizzy.
—¡Solo quiero que me digas cómo está ella! —insistió Pablo.
Lucía puso los ojos en blanco. No quería volver a ser el nexo entre esos dos.
—No te diré nada, puedes usar tu imaginación si quieres. ¿No te bastó con lo que hiciste tiempo atrás? No, Pablo. Esta vez no pienso meterme.
Pablo se aflojó el cuello de la camisa, como si el aire le faltara.
—Tienes que admitir que tenía razón al intentar impedir esa ridícula boda —dijo con amargura—. ¡Mira cómo la está exponiendo! Lo que debe estar sufrien