Federico trabajaba concentrado en su estudio, mientras Elizabeth jugaba con Lucas en el jardín. Habían pasado varios días desde su regreso, y aunque ella no había recuperado la memoria, la rutina comenzaba a parecerse a la normalidad.
Sabía, sin embargo, cuál era su lugar en esa casa. No pensaba irse. Había decidido contarle la verdad a su esposo el día de su cumpleaños, que sería en apenas dos días.
Federico estaba feliz. Ya no le importaba si Elizabeth recordaba o no. Lo único que le importaba era que ella estuviera allí, a su lado… y, sobre todo, junto a su hijo.
—Señor, hay una dama que desea verlo —le informó el ama de llaves.
—¿Quién es? —preguntó, molesto—. Estoy muy ocupado.
—No quiso dar su nombre. Sólo me pidió que le pida que la reciba, aunque sea cinco minutos. Dijo que es importante.
Él frunció el ceño, fastidiado.
—Está bien, la recibiré —dijo saliendo del estudio, con rapidez, pero visiblemente molesto.
Cuando vio quién lo esperaba, se quedó inmóvil, como si no pudiera c