Federico estaba ansioso por volver a ver a su hijo… pero, sobre todo, a Elizabeth. Necesitaba comprobar que estaba bien, que seguía a salvo.
Apenas llegó a la mansión, preguntó por ella.
—La señora está arriba con el pequeño Lucas —susurró el ama de llaves—. Ha estado allí por horas. No quiere separarse de él.
El hombre subió a toda prisa. Al llegar a la habitación, abrió la puerta sin dudar.
—Elizabeth… —pronunció con voz ronca.
Ella alzó la vista y sus ojos se encontraron.
—Federico… —susurró, intentando disimular la tormenta interna que la habitaba desde que conocía la verdad—. Has regresado… ¡Al fin!
Él cruzó la habitación en dos zancadas. Se fundieron en un abrazo y luego en un beso apasionado.
—Te extrañé tanto… No creo que tengas idea de cuánto lo hice —le dijo, acariciándola una vez que se separaron—. Oh, pequeña… ¡Nunca más voy a separarme de ustedes!
Sus ojos azules brillaban de adoración.
—Yo también te extrañé —confesó ella, mirándolo en profundidad—. Te demoraste mucho…
Fe