Después de una noche tormentosa, Federico despertó con un mensaje de Víctor: aún no había novedades y un hombre había partido hacia la costa con la esperanza de encontrar a Elizabeth.
La situación comenzaba a sacarlo de quicio. Quería estar con ella, pero al mismo tiempo, el sólo hecho de pensar en desnudar sus verdaderos sentimientos le provocaba un temor paralizante.
Ese miedo le hacía desacelerar la búsqueda, aunque el pensamiento de que Pablo pudiera encontrarla antes lo enloquecía.
Fue al gimnasio y se ejercitó durante un par de horas.
Víctor seguía informando cada movimiento.
—Mendoza sólo ha ido a su empresa, no ha salido de la ciudad.
—Bien —respondió Federico—. Si supiera dónde está, ¿creés que seguiría aquí?
Víctor dudó.
—Creo que no... pero tal vez solo está respetando la decisión de la señora Elizabeth de alejarse, de tomarse su tiempo.
Federico lo miró con frialdad.
—¿Querés decir que ese idiota es más caballero que yo?
—No, no, señor... perdón.
—Te lo digo así,