Elizabeth se despertó con una sensación extraña de tranquilidad. Luego de desayunar con su tío, lo invitó a caminar por la playa, pero él declinó la invitación: no se sentía bien.
Ella decidió ir sola. Necesitaba meditarlo todo muy bien.
Estaba segura de que tenía sentimientos muy fuertes hacia Federico, pero dudaba profundamente de los de él hacia ella.
Por otro lado, estaba Pablo. Lo había amado desde que era casi una niña, y ese amor había sido puro, romántico, un ideal.
Pero ahora… lo que sentía por Federico se había vuelto tan poderoso, tan visceral, que ni ella misma lo entendía.
Se sentó en la arena, abrazó sus piernas y recostó la frente sobre las rodillas.
—No puedo seguir lastimando a las personas que amo —murmuró—. Nunca lo he hecho, y no voy a empezar ahora.
Después de todo lo vivido con Federico, sentía que ya no había vuelta atrás. Ese hombre había destruido por completo el ideal que tenía del amor.
No era lo que había soñado… y, sin embargo, no había un sólo día en q