Lisa
A la mañana siguiente me desperté con un dolor de cabeza leve, pero persistente. No era físico. Era emocional. Una mezcla de vergüenza, bronca, confusión… y algo que prefería no nombrar. Dormí pocas horas. Cada vez que cerraba los ojos veía el puño de Cristian impactando en Rafa, la furia en su mirada, la forma en que me habló, la forma en que me miró.
Y también veía a la rubia, de pie en la puerta, sin entender nada.
Me forcé a levantarme, a ducharme, a prepararme. La cafetería no se iba a abrir sola. Necesitaba rutina. Normalidad. Algo que me hiciera creer que la noche anterior había sido solo una mala película.
Llegué temprano, como siempre. El aroma a café recién molido me recibió apenas encendí las máquinas. Me puse a armar los mostradores, acomodar medialunas, revisar la caja, limpiar las mesas. Algo simple. Repetitivo. Terapéutico.
Y mientras acomodaba los cartelitos de precios, mi teléfono vibró.
Stefani.
Respiré hondo. No tenía ganas de contar nada, pero sabía que