Narrador omnisciente
costumbre en la cafetería. El aroma a café, que siempre solía reconfortar a Lisa, no lograba hacerle efecto. Cada cosa que tocaba —una taza, una bandeja, la caja registradora— tenía un temblor imperceptible que solo ella notaba.
Rafa la observaba desde detrás del mostrador. No insistía. La dejaba trabajar. Pero había algo en sus ojos que la inquietaba: una especie de mezcla entre preocupación, cariño y preguntas no dichas.
Finalmente, cuando el local quedó momentáneamente vacío, él se acercó.
—Lisa —dijo despacio, limpiándose las manos en el delantal—.
Sobre lo de ayer… quería hablar con vos.
Ella sintió un golpe seco dentro del pecho. No quería hablar de eso. Y aun así, sabía que tenía que hacerlo.
—Rafa —respondió, esquivando su mirada—. No creo que sea momento.
—Es que… —él tragó saliva—. Ese beso… yo sé que estabas nerviosa, que estabas mal. Pero no quiero que pienses que yo lo tomé a la ligera. No para mí.
Lisa apretó los labios. No quería