Época actual.
Narrador omnisciente
Cristian no podía moverse.
El nombre se le escapó como un ruego, una plegaria ahogada que llevaba una década enterrada en la garganta.
—Lisa…
Sus hijos —sus hijos— lo miraban con los ojos abiertos, como si escuchar ese nombre les confirmara algo que no sabían poner en palabras.
Mateo dio un paso adelante.
—Usted… —la voz se le quebró—. Usted la conoce.
Un temblor recorrió el cuerpo de Cristian.
Su lobo se agitó adentro, respirando como si acabara de romper una superficie después de ahogarse.
—Ella… —Cristian tragó saliva—. ¿Está viva?
Mara asintió, pero no con alegría; lo hizo con una mezcla de confusión y rabia infantil.
—Usted… usted es nuestro papá —dijo ella, y su voz se quebró al decirlo.
Cristian cerró los ojos un instante. Esa palabra le cayó como una lanza.
Cuando los abrió, tenía la respiración temblorosa y las manos buscando algo que no tenían cómo sostener.
—Lo soy… —murmuró, con una verdad que dolía—. Soy s