Narrador omnisciente
La noticia cayó como un puñetazo en el estómago. Mateo entró con la respiración agitada, el celular todavía vibrando en su mano, y pronunció las palabras que Lisa jamás habría querido escuchar.
—El alfa… se licenció. Renunció.
—¿Qué? —Lisa sintió que la garganta se le cerraba de inmediato—. No. Eso no puede ser.
Mateo tragó saliva, incómodo, y repitió con un tono más bajo, como si suavizar la palabra pudiera cambiar su significado.
—Cristian abandonó la manada.
Lisa negó con la cabeza, retrocediendo un paso como si la habitación se achicara alrededor suyo. El aire se volvió denso, irrespirable.
—No, no… eso no es cierto —susurró ella, sintiendo cómo el corazón se le aceleraba hasta volverse doloroso—. Él no… él jamás haría eso.
Las tres chicas que estaban con ella —Luciana, Adara y Kiara— intercambiaron miradas llenas de preocupación. Nadie se atrevió a acercarse al principio; la tensión en el aire era demasiado frágil.
—Quizá lo obligaron —solt